viernes, 25 de enero de 2013

Mediaciones en el conflicto armado colombiano. Una mirada desde las Notas de Pastor


Desde una juiciosa y profesional mirada periodística, Pastor Visviescas Gómez, en su artículo: "Mediar antes que anochezca", publicado el 13 de diciembre de 2012, en su Blog Las Notas de Pastor, recoge análisis y hallazgos del libro: Intervenir antes que anochezca. Mediaciones, intermediaciones y diplomacias noviolentas de base social en el conflicto armado colombiano, las voces de algunos de sus protagonistas, y las reflexiones de Pedro Valenzuela en el lanzamiento del mismo. Lo transcribo a continuación, agradeciendo a Pastor la juiciosa lectura del libro y sus valiosos comentarios:


"Mediar antes que anochezca

Libro de investigadora santandereana, auspiciado por la Unión Europea, rescata las experiencias de comunidades y colectivos para los que ha primado el diálogo con poder transformador, dándole preponderancia al respeto a la vida.


Con la sabiduría que han profesado durante siglos, los indígenas Nasa del departamento del Cauca dicen: “El conflicto existe, ahí está, hay que mediarlo, intervenir en el mismo, pero en el tiempo oportuno, antes que se haga tarde, porque si se hace tarde aparece la tragedia”.

Y a eso es lo que apunta el libro “Intervenir antes que anochezca”, compendio de las mediaciones, intermediaciones y diplomacias ‘noviolentas’ de base social en el conflicto armado interno colombiano, caracterizado por su complejidad, su larga duración, su degradación, la imposibilidad interpretarlo de manera lineal y la urgencia de ‘intervenir en él antes que anochezca’, como lo manifiesta su autora, la investigadora santandereana Esperanza Hernández Delgado.

Sus 521 páginas son el resultado de dos años de un recorrido extenuante por una considerable extensión del territorio colombiano, observando y analizando en el lugar de los hechos unas realidades recurrentes, propositivas, desconocidas o insuficientemente conocidas, representadas en poderes comunitarios o colectivos, pacíficos y transformadores, que en medio de la violencia y a pesar de la misma, ‘hace posibles diversos imposibles’, permitiendo dar el paso de la destrucción y la oscuridad a acuerdos para salvar vidas, proteger culturas, territorios, autonomías y derechos fundamentales, empezando por la vida.

No son intenciones, sino alcances reales que indican posibilidades de transformación pacífica de este conflicto, subraya Hernández Delgado, quien contó con el auspicio de la Unión Europea dentro de su política de fortalecimiento de comunidades e iniciativas de paz desde la base en Colombia, secundada la UE por Pensamiento y Acción Social (PAS) y el acompañamiento de la Fundación Cultura Democrática (Fucude), la Diócesis de Quibdó (Chocó) y la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) a través de su Instituto de Estudios Políticos (IEP), del cual es investigadora Esperanza Hernández.

Lo que hizo la autora fue seleccionar nueve experiencias: Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), Asociación de Trabajadores Indígenas del Carare (ATCC), Consejo Comunitario Mayor de la Asociación Campesina Integral del Atrato (Cocomacia) y el Proceso Soberano Comunitario de Micoahumado (Municipio de Morales, sur del departamento de Bolívar), como procesos comunitarios, más las iglesias Cristiana Menonita y la Católica con la Diócesis de Quibdó junto a las de Tibú, Socorro-San Gil, Vélez y Magangué, los esfuerzos nacionales de la Asociación de Familiares de Soldados Secuestrados (Asfamipaz), así como Colombianos y Colombianas por la Paz, más una mirada a la mediación internacional.

En la presentación del libro llevada a cabo en la Universidad Javeriana ante un auditorio conformado por investigadores, analistas y representantes de las comunidades protagonistas de esta experiencia, el catedrático Pedro Enrique Valenzuela empezó subrayando que “uno de los héroes de la guerra en Colombia es Josué Vargas”, dirigente campesino asesinado en 1990 en Cimitarra (Santander), para luego pasar a reconocer que esa imagen de violencia perpetua, de un laberinto sin salida, empezó a desdibujarse cuando los colombianos descubrieron experiencias como las de la ATCC.

Reconoció que desde un salón de clases en la capital de la República es muy fácil hablar de paz, “pero esta gente lo está haciendo en medio del conflicto, donde solo mencionar la palabra paz, derechos humanos o justicia social puede ponerlos como blanco de cualquiera de los actores de la guerra”.

Desmarcándose de tantos libros que se han escrito, Valenzuela ve en el de Hernández una temática mucho más específica como es la de tratar de ver los significados de intermediación y mediación que se dan en este nivel de las comunidades y no en el nivel de las élites.

“La principal diferencia que encontré en todas las experiencias rescatadas por Esperanza es el significado que le atribuyen las comunidades al término mediación, que completamente se aleja de lo que yo había visto hasta ahora, porque siempre se implicaba a un tercero ajeno al conflicto mediando entre los dos actores, en cualquiera de los roles como buenos oficios, facilitación de la comunicación o mediación formal”, dijo Valenzuela, para quien la gran novedad es el propio esfuerzo de las comunidades que deciden por su cuenta y riesgo ir a dialogar con los actores, aunque no se trate de generar acuerdos entre dos actores del conflicto.

Otro elemento que le llamó la atención a Valenzuela es que el trabajo de Hernández Delgado pone de presente que en el pasado no había una ‘filosofía pacifista’ y que las mismas circunstancias del conflicto han llevado a estas comunidades a apropiarse de sus procesos, a decir ‘pasamos de víctimas simplemente a constructoras de paz y vamos a dialogar con todos los actores del conflicto, permitido o no permitido por el Estado, pero vamos a tomar el control de nuestro propio destino’.

Una lección valiosa para los expertos, que de paso evoca -en concepto de Valenzuela- una frase de la Guerra Fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos con la llamada ‘Crisis de los misiles’ de 1962 que por poco los conduce a un enfrentamiento nuclear. Se refería a lo dicho por Nikita Kruschev -secretario del Partido Comunista- al presidente John F. Kennedy: ‘Dejemos de apretar el nudo de la guerra, porque entre más lo apretemos más difícil nos resultará deshacerlo’.

“Y lo que nos enseñan estas experiencias colombianas es justamente cómo empezar a deshacer el nudo de la guerra. Quizás estas experiencias hoy no tengan la visibilidad que merecen o que deberían tener, pero estoy seguro que cuando se abran los espacios de paz es aquí donde realmente la paz se va a construir. Lo demás no es sino la formalización de unos acuerdos entre los actores de la guerra”, aseveró Valenzuela.

Por eso el valor que recobra la expresión ‘antes que anochezca’, pronunciada por el  indígena Alcibiades Escue, así en opinión de Valenzuela “el conflicto colombiano anocheció hace muchísimo tiempo con millones de víctimas y desplazados, millones de hectáreas despojadas de los campesinos y memorias que nos va a ser muy difícil superar. El conflicto anocheció, pero las experiencias desarrolladas en este libro lo que nos dicen es que empieza un nuevo amanecer”.

Anhelo que Hernández Delgado plasma con sus palabras: “Colombia requiere salir del limbo en el que se encuentra el conflicto armado interno y fijar su mirada en las regiones, donde hallará experiencias de paz que pueden marcar un nuevo rumbo”.

El testimonio de Arisolina

“Campesinos que hemos defendido nuestra postura civilista en la lucha y defensa de nuestros derechos integrales. La palabra y el diálogo como herramientas de mediación han sido importantes en nuestro territorio porque nos han permitido construir una propuesta de paz desde nosotros, engendrada desde nuestro territorio, así como la utilización de la palabra como valor humano de transformación de los conflictos”, señaló Arisolina Rodríguez, sin dejar de lado que “hemos venido proponiendo la construcción de un nuevo modelo de desarrollo alternativo que propenda por hacer real el derecho a la libertad en aras del bien común, individual y colectivo, en el marco del Estado Social de Derecho”.

Ella acudió en nombre de la Asamblea Popular de Micoahumado (Serranía de San Lucas), y relato cómo su comunidad desde hace nueve años hizo valer el Artículo 22 de la Carta Magna que establece que la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento, constituyéndose en “un tercer actor de carácter civil y sembradores de paz, porque éramos víctimas en el escalonamiento del conflicto, rechazando cualquier tipo de acción violenta y rehusándonos a ser vinculados al conflicto. Generamos un clima de confianza para esbozar un acuerdo pastoral y comunitario relativo a la superación de una parte de la crisis humanitaria, como fue el desminado de 10 kilómetros de la carretera, la cancha de fútbol, sectores productivos de algunos campesinos y parte del territorio de Micoahumado, experiencia única en el país”. Conversaciones que contaron con la participación de monseñor Leonardo Gómez Serna y el sacerdote Joaquín Mayorga, por parte de la Diócesis de Magangué, y del sacerdote  jesuita Francisco de Roux, por parte del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio.

Como si fuera poco, conformaron una comisión de diálogo de carácter humanitario que les permitió el intercambio con los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), los guerrilleros del  Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas Militares, “para avanzar en la aplicación del Derecho Internacional Humanitario, poniendo freno a las acciones de guerra desarrolladas en medio de la población civil”.
                   
Diálogo que contribuyó, según lo explicó Arisolina Rodríguez, al retorno de familias y personas desplazadas por la violencia, así como la devolución de sus bienes por parte de los actores armados. “La vencida fue la guerra y los grandes vencedores fuimos todos los actores que participamos en el marco de la propuesta de paz, en especial las comunidades y sus proyectos de vida”, precisó, obteniendo que el Gobierno central y organizaciones de carácter humanitario volcaran sus ojos hacia esta región de la Serranía de San Lucas, convertidos después en sus aliados y acompañantes.

De ahí su llamado a que el país conozca que “los ciudadanos comunes de este país, desde nuestra sabiduría campesina y popular hemos querido parar esta guerra en la que son nuestros hermanos colombianos los que ponen su cuota de sacrificio. Este libro de Esperanza Hernández es el referente que impulsa a la sociedad civil a seguir avanzando en el posicionamiento de la construcción de la paz, con la imperiosa necesidad de la superación del conflicto armado a través de la salida política negociada, donde las mujeres y hombres tengamos muchos rostros y miles de voces a favor de la paz”.

Ejemplo del Carare santandereano

Otra experiencia en la que posó su mirada la politóloga Esperanza Hernández, fue el de los 24 años de trayectoria de la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare (ATCC), galardonada en 1990 con el Nobel Alternativo de Paz.

En 1987, los campesinos que generaron la ATCC y se organizaron en ella no sabían de pacifismo, ‘noviolencia’, ni de mecanismos de resolución de conflictos, muchos de ellos apenas sabían leer y escribir, y vivían inmersos desde 1975, en una realidad de violencia extrema: eran víctimas de un conflicto armado que se expresaba en dimensiones de barbarie y horror. Sin embargo, en forma extraordinaria, desde las capacidades y potencialidades para construir paz, crearon una propuesta auténtica, creativa y con alcances reales y perfectibles, que ellos identifican como mediación, plantea Hernández Delgado.

Como lo expresa Mauricio Hernández: “Si le quitáramos la mediación a la ATCC, yo creo que perderíamos la razón de ser, porque la mediación es la que ha permitido que muchas cosas en el área de influencia se logren y que la gente pueda convivir en paz, tranquilamente. Que algunas personas, a pesar de que hayan tenido algún problema, no se les ajusticie por ese problema que tuvieron, sino que puedan permanecer en el territorio, ser perdonados y rectificarse. Que haya entendimiento y que la región se siga desarrollando, aunque no en el ritmo que debiera ser”.

En esa lucha, primero entre las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) contra el Ejército, y luego de las Fuerzas Militares y sus ‘amigotes’ paramilitares contra las FARC, por el camino quedaron cerca de 500 víctimas directas, sin contar sus familias y comunidades. “Por entonces, en muchos momentos el río Carare perdió su condición para convertirse en testigo mudo de la barbarie, depositario de los cuerpos mutilados y sin vida, y dejó de transportar embarcaciones, productos agrícolas y madera para arrastrar cadáveres, algunas veces hasta quince en un día, que endurecían el miedo, daban cuenta del horror, y que era prohibido recoger”, le contaron los labriegos a la investigadora.

En forma creativa y valiente, casi clandestina, dado que por entonces estaban bastante restringidos algunos derechos fundamentales, como los de reunión, expresión y locomoción, líderes comunitarios como Josué Vargas, que gozaba de respetabilidad y credibilidad en la zona, y líderes de la Iglesia Adventista, como Simón Palacios, entre otros, comenzaron a propiciar reuniones privadas y públicas, para analizar el ultimátum que el capitán del Ejército, Mauricio Betancurt, y las ‘autodefensas’ les habían dado de vincularse a la guerrilla, volverse paramilitares, desplazarse o morir, y tomar una decisión comunitaria frente al mismo. Se exploraron diversas alternativas de solución, desde armarse para la confrontación violenta, hasta oponerse pacíficamente a las alternativas del ultimátum. La decisión final, de carácter comunitario, fue rechazar las alternativas del ultimátum y buscar a cada uno de los actores armados para manifestarles, de manera pacífica pero firme, su decisión de colocar punto final a la violencia ejercida contra ellos, recuperar su autonomía y proteger sus derechos a la vida, la paz y el trabajo, como señala el eslogan de la organización, narra el libro.

El ejercicio de resistencia civil de la ATCC fue pionero en el país como experiencia campesina de esta naturaleza. Con su resistencia ‘noviolenta’ alcanzó importantes logros en el marco de las necesidades inmediatas de la población campesina que lo generó, y hacia el futuro, dado que sentó las bases de la mediación, muchas veces exitosa y con alcances, que realizaron después y que hizo posible la consolidación de la ATCC como iniciativa de paz de base social, al mismo tiempo que evidenció su ejemplarizante ejercicio de construcción de paz en dimensión de abajo hacia arriba, que ha logrado mantenerse durante un cuarto de siglo, recalca Esperanza Hernández.

Cristina Serna, una de las líderes de la ATCC,  lo resume a su estilo: “La mediación nació de un instinto de supervivencia… Yo creo que tanto la guerrilla, como los paramilitares y como el mismo Ejército, nos violentaron todos los derechos habidos y por haber, creados y no creados en este mundo. Creo que el origen de la propuesta de eso, estuvo ahí, en la necesidad de hacernos respetar como seres humanos”. Y que, ‘si se metían con un campesino a las malas, se iban a meter con todos; que un campesino que fuera amenazado, atropellado, tenían que matarlos a todos”, recuerda Donaldo Quiroga.

En la actualidad, la ATCC sigue realizando su mediación en el conflicto armado. Media con el apoyo de sus directivos, de quienes integran sus estructuras veredales y zonales, y de sus comunidades, que se movilizan menos hoy que en el momento fundacional, pero están dispuestas a hacerlo, si fuera necesario, por el nivel de apropiación de esta intervención en quienes habitan su área de influencia, sentencia Esperanza Hernández.

El anhelo de los habitantes del Carare, como dice Cristina Serna, es que se puedan morir de viejos, “pero no porque alguien se dio el gusto de quitarle la vida”".

Nota:
  • Este artículo fue tomado textualmente del blog: Las notas de Pastor, http://lasnotasdepastor.blogspot.com/2012/12/mediar-antes-que-anochezca.html

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