Desde una juiciosa y profesional mirada periodística, Pastor Visviescas Gómez, en su artículo: "Mediar antes que anochezca", publicado el 13 de diciembre de 2012, en su Blog Las Notas de Pastor, recoge análisis y hallazgos del libro: Intervenir antes que anochezca. Mediaciones, intermediaciones y diplomacias noviolentas de base social en el conflicto armado colombiano, las voces de algunos de sus protagonistas, y las reflexiones de Pedro Valenzuela en el lanzamiento del mismo. Lo transcribo a continuación, agradeciendo a Pastor la juiciosa lectura del libro y sus valiosos comentarios:
"Mediar antes que anochezca
Libro de
investigadora santandereana, auspiciado por la Unión Europea, rescata las experiencias
de comunidades y colectivos para los que ha primado el diálogo con poder
transformador, dándole preponderancia al respeto a la vida.
Con la
sabiduría que han profesado durante siglos, los indígenas Nasa del departamento
del Cauca dicen: “El conflicto existe, ahí está, hay que mediarlo, intervenir
en el mismo, pero en el tiempo oportuno, antes que se haga tarde, porque si se
hace tarde aparece la tragedia”.
Y a eso
es lo que apunta el libro “Intervenir antes que anochezca”, compendio de las
mediaciones, intermediaciones y diplomacias ‘noviolentas’ de base social en el
conflicto armado interno colombiano, caracterizado por su complejidad, su larga
duración, su degradación, la imposibilidad interpretarlo de manera lineal y la
urgencia de ‘intervenir en él antes que anochezca’, como lo manifiesta su
autora, la investigadora santandereana Esperanza Hernández Delgado.
Sus 521
páginas son el resultado de dos años de un recorrido extenuante por una
considerable extensión del territorio colombiano, observando y analizando en el
lugar de los hechos unas realidades recurrentes, propositivas, desconocidas o
insuficientemente conocidas, representadas en poderes comunitarios o
colectivos, pacíficos y transformadores, que en medio de la violencia y a pesar
de la misma, ‘hace posibles diversos imposibles’, permitiendo dar el paso de la
destrucción y la oscuridad a acuerdos para salvar vidas, proteger culturas,
territorios, autonomías y derechos fundamentales, empezando por la vida.
No son
intenciones, sino alcances reales que indican posibilidades de transformación
pacífica de este conflicto, subraya Hernández Delgado, quien contó con el
auspicio de la Unión Europea dentro de su política de fortalecimiento de
comunidades e iniciativas de paz desde la base en Colombia, secundada la UE por
Pensamiento y Acción Social (PAS) y el acompañamiento de la Fundación Cultura
Democrática (Fucude), la Diócesis de Quibdó (Chocó) y la Universidad Autónoma
de Bucaramanga (UNAB) a través de su Instituto de Estudios Políticos (IEP), del
cual es investigadora Esperanza Hernández.
Lo que
hizo la autora fue seleccionar nueve experiencias: Consejo Regional Indígena
del Cauca (CRIC), Asociación de Trabajadores Indígenas del Carare (ATCC),
Consejo Comunitario Mayor de la Asociación Campesina Integral del Atrato
(Cocomacia) y el Proceso Soberano Comunitario de Micoahumado (Municipio de
Morales, sur del departamento de Bolívar), como procesos comunitarios, más las
iglesias Cristiana Menonita y la Católica con la Diócesis de Quibdó junto a las
de Tibú, Socorro-San Gil, Vélez y Magangué, los esfuerzos nacionales de la
Asociación de Familiares de Soldados Secuestrados (Asfamipaz), así como
Colombianos y Colombianas por la Paz, más una mirada a la mediación
internacional.
En la
presentación del libro llevada a cabo en la Universidad Javeriana ante un
auditorio conformado por investigadores, analistas y representantes de las
comunidades protagonistas de esta experiencia, el catedrático Pedro Enrique
Valenzuela empezó subrayando que “uno de los héroes de la guerra en Colombia es
Josué Vargas”, dirigente campesino asesinado en 1990 en Cimitarra (Santander),
para luego pasar a reconocer que esa imagen de violencia perpetua, de un
laberinto sin salida, empezó a desdibujarse cuando los colombianos descubrieron
experiencias como las de la ATCC.
Reconoció
que desde un salón de clases en la capital de la República es muy fácil hablar
de paz, “pero esta gente lo está haciendo en medio del conflicto, donde solo
mencionar la palabra paz, derechos humanos o justicia social puede ponerlos
como blanco de cualquiera de los actores de la guerra”.
Desmarcándose
de tantos libros que se han escrito, Valenzuela ve en el de Hernández una
temática mucho más específica como es la de tratar de ver los significados de
intermediación y mediación que se dan en este nivel de las comunidades y no en
el nivel de las élites.
“La
principal diferencia que encontré en todas las experiencias rescatadas por
Esperanza es el significado que le atribuyen las comunidades al término
mediación, que completamente se aleja de lo que yo había visto hasta ahora,
porque siempre se implicaba a un tercero ajeno al conflicto mediando entre los
dos actores, en cualquiera de los roles como buenos oficios, facilitación de la
comunicación o mediación formal”, dijo Valenzuela, para quien la gran novedad
es el propio esfuerzo de las comunidades que deciden por su cuenta y riesgo ir
a dialogar con los actores, aunque no se trate de generar acuerdos entre dos
actores del conflicto.
Otro elemento
que le llamó la atención a Valenzuela es que el trabajo de Hernández Delgado
pone de presente que en el pasado no había una ‘filosofía pacifista’ y que las
mismas circunstancias del conflicto han llevado a estas comunidades a
apropiarse de sus procesos, a decir ‘pasamos de víctimas simplemente a
constructoras de paz y vamos a dialogar con todos los actores del conflicto,
permitido o no permitido por el Estado, pero vamos a tomar el control de
nuestro propio destino’.
Una
lección valiosa para los expertos, que de paso evoca -en concepto de
Valenzuela- una frase de la Guerra Fría entre la Unión Soviética y Estados
Unidos con la llamada ‘Crisis de los misiles’ de 1962 que por poco los conduce
a un enfrentamiento nuclear. Se refería a lo dicho por Nikita Kruschev
-secretario del Partido Comunista- al presidente John F. Kennedy: ‘Dejemos de
apretar el nudo de la guerra, porque entre más lo apretemos más difícil nos
resultará deshacerlo’.
“Y lo que
nos enseñan estas experiencias colombianas es justamente cómo empezar a
deshacer el nudo de la guerra. Quizás estas experiencias hoy no tengan la
visibilidad que merecen o que deberían tener, pero estoy seguro que cuando se
abran los espacios de paz es aquí donde realmente la paz se va a construir. Lo
demás no es sino la formalización de unos acuerdos entre los actores de la
guerra”, aseveró Valenzuela.
Por eso
el valor que recobra la expresión ‘antes que anochezca’, pronunciada por
el indígena Alcibiades Escue, así en
opinión de Valenzuela “el conflicto colombiano anocheció hace muchísimo tiempo
con millones de víctimas y desplazados, millones de hectáreas despojadas de los
campesinos y memorias que nos va a ser muy difícil superar. El conflicto
anocheció, pero las experiencias desarrolladas en este libro lo que nos dicen
es que empieza un nuevo amanecer”.
Anhelo
que Hernández Delgado plasma con sus palabras: “Colombia requiere salir del
limbo en el que se encuentra el conflicto armado interno y fijar su mirada en
las regiones, donde hallará experiencias de paz que pueden marcar un nuevo
rumbo”.
El testimonio de Arisolina
“Campesinos
que hemos defendido nuestra postura civilista en la lucha y defensa de nuestros
derechos integrales. La palabra y el diálogo como herramientas de mediación han
sido importantes en nuestro territorio porque nos han permitido construir una
propuesta de paz desde nosotros, engendrada desde nuestro territorio, así como
la utilización de la palabra como valor humano de transformación de los
conflictos”, señaló Arisolina Rodríguez, sin dejar de lado que “hemos venido
proponiendo la construcción de un nuevo modelo de desarrollo alternativo que
propenda por hacer real el derecho a la libertad en aras del bien común,
individual y colectivo, en el marco del Estado Social de Derecho”.
Ella
acudió en nombre de la Asamblea Popular de Micoahumado (Serranía de San Lucas),
y relato cómo su comunidad desde hace nueve años hizo valer el Artículo 22 de
la Carta Magna que establece que la paz es un derecho y un deber de obligatorio
cumplimiento, constituyéndose en “un tercer actor de carácter civil y
sembradores de paz, porque éramos víctimas en el escalonamiento del conflicto,
rechazando cualquier tipo de acción violenta y rehusándonos a ser vinculados al
conflicto. Generamos un clima de confianza para esbozar un acuerdo pastoral y
comunitario relativo a la superación de una parte de la crisis humanitaria,
como fue el desminado de 10 kilómetros de la carretera, la cancha de fútbol,
sectores productivos de algunos campesinos y parte del territorio de
Micoahumado, experiencia única en el país”. Conversaciones que contaron con la
participación de monseñor Leonardo Gómez Serna y el sacerdote Joaquín Mayorga,
por parte de la Diócesis de Magangué, y del sacerdote jesuita Francisco de Roux, por parte del
Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio.
Como si
fuera poco, conformaron una comisión de diálogo de carácter humanitario que les
permitió el intercambio con los paramilitares de las Autodefensas Unidas de
Colombia (AUC), los guerrilleros del
Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas Militares, “para
avanzar en la aplicación del Derecho Internacional Humanitario, poniendo freno
a las acciones de guerra desarrolladas en medio de la población civil”.
Diálogo
que contribuyó, según lo explicó Arisolina Rodríguez, al retorno de familias y
personas desplazadas por la violencia, así como la devolución de sus bienes por
parte de los actores armados. “La vencida fue la guerra y los grandes vencedores
fuimos todos los actores que participamos en el marco de la propuesta de paz,
en especial las comunidades y sus proyectos de vida”, precisó, obteniendo que
el Gobierno central y organizaciones de carácter humanitario volcaran sus ojos
hacia esta región de la Serranía de San Lucas, convertidos después en sus
aliados y acompañantes.
De ahí su
llamado a que el país conozca que “los ciudadanos comunes de este país, desde
nuestra sabiduría campesina y popular hemos querido parar esta guerra en la que
son nuestros hermanos colombianos los que ponen su cuota de sacrificio. Este
libro de Esperanza Hernández es el referente que impulsa a la sociedad civil a
seguir avanzando en el posicionamiento de la construcción de la paz, con la
imperiosa necesidad de la superación del conflicto armado a través de la salida
política negociada, donde las mujeres y hombres tengamos muchos rostros y miles
de voces a favor de la paz”.
Ejemplo del Carare santandereano
Otra
experiencia en la que posó su mirada la politóloga Esperanza Hernández, fue el
de los 24 años de trayectoria de la Asociación de Trabajadores Campesinos del
Carare (ATCC), galardonada en 1990 con el Nobel Alternativo de Paz.
En 1987,
los campesinos que generaron la ATCC y se organizaron en ella no sabían de
pacifismo, ‘noviolencia’, ni de mecanismos de resolución de conflictos, muchos
de ellos apenas sabían leer y escribir, y vivían inmersos desde 1975, en una
realidad de violencia extrema: eran víctimas de un conflicto armado que se
expresaba en dimensiones de barbarie y horror. Sin embargo, en forma
extraordinaria, desde las capacidades y potencialidades para construir paz,
crearon una propuesta auténtica, creativa y con alcances reales y perfectibles,
que ellos identifican como mediación, plantea Hernández Delgado.
Como lo
expresa Mauricio Hernández: “Si le quitáramos la mediación a la ATCC, yo creo
que perderíamos la razón de ser, porque la mediación es la que ha permitido que
muchas cosas en el área de influencia se logren y que la gente pueda convivir
en paz, tranquilamente. Que algunas personas, a pesar de que hayan tenido algún
problema, no se les ajusticie por ese problema que tuvieron, sino que puedan
permanecer en el territorio, ser perdonados y rectificarse. Que haya
entendimiento y que la región se siga desarrollando, aunque no en el ritmo que
debiera ser”.
En esa
lucha, primero entre las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC) contra el Ejército, y luego de las Fuerzas Militares y sus
‘amigotes’ paramilitares contra las FARC, por el camino quedaron cerca de 500
víctimas directas, sin contar sus familias y comunidades. “Por entonces, en
muchos momentos el río Carare perdió su condición para convertirse en testigo
mudo de la barbarie, depositario de los cuerpos mutilados y sin vida, y dejó de
transportar embarcaciones, productos agrícolas y madera para arrastrar
cadáveres, algunas veces hasta quince en un día, que endurecían el miedo, daban
cuenta del horror, y que era prohibido recoger”, le contaron los labriegos a la
investigadora.
En forma
creativa y valiente, casi clandestina, dado que por entonces estaban bastante
restringidos algunos derechos fundamentales, como los de reunión, expresión y
locomoción, líderes comunitarios como Josué Vargas, que gozaba de respetabilidad
y credibilidad en la zona, y líderes de la Iglesia Adventista, como Simón
Palacios, entre otros, comenzaron a propiciar reuniones privadas y públicas,
para analizar el ultimátum que el capitán del Ejército, Mauricio Betancurt, y
las ‘autodefensas’ les habían dado de vincularse a la guerrilla, volverse
paramilitares, desplazarse o morir, y tomar una decisión comunitaria frente al
mismo. Se exploraron diversas alternativas de solución, desde armarse para la
confrontación violenta, hasta oponerse pacíficamente a las alternativas del
ultimátum. La decisión final, de carácter comunitario, fue rechazar las
alternativas del ultimátum y buscar a cada uno de los actores armados para
manifestarles, de manera pacífica pero firme, su decisión de colocar punto
final a la violencia ejercida contra ellos, recuperar su autonomía y proteger
sus derechos a la vida, la paz y el trabajo, como señala el eslogan de la
organización, narra el libro.
El
ejercicio de resistencia civil de la ATCC fue pionero en el país como
experiencia campesina de esta naturaleza. Con su resistencia ‘noviolenta’
alcanzó importantes logros en el marco de las necesidades inmediatas de la
población campesina que lo generó, y hacia el futuro, dado que sentó las bases
de la mediación, muchas veces exitosa y con alcances, que realizaron después y
que hizo posible la consolidación de la ATCC como iniciativa de paz de base
social, al mismo tiempo que evidenció su ejemplarizante ejercicio de
construcción de paz en dimensión de abajo hacia arriba, que ha logrado
mantenerse durante un cuarto de siglo, recalca Esperanza Hernández.
Cristina
Serna, una de las líderes de la ATCC, lo
resume a su estilo: “La mediación nació de un instinto de supervivencia… Yo
creo que tanto la guerrilla, como los paramilitares y como el mismo Ejército,
nos violentaron todos los derechos habidos y por haber, creados y no creados en
este mundo. Creo que el origen de la propuesta de eso, estuvo ahí, en la
necesidad de hacernos respetar como seres humanos”. Y que, ‘si se metían con un
campesino a las malas, se iban a meter con todos; que un campesino que fuera
amenazado, atropellado, tenían que matarlos a todos”, recuerda Donaldo Quiroga.
En la
actualidad, la ATCC sigue realizando su mediación en el conflicto armado. Media
con el apoyo de sus directivos, de quienes integran sus estructuras veredales y
zonales, y de sus comunidades, que se movilizan menos hoy que en el momento
fundacional, pero están dispuestas a hacerlo, si fuera necesario, por el nivel
de apropiación de esta intervención en quienes habitan su área de influencia,
sentencia Esperanza Hernández.
El anhelo
de los habitantes del Carare, como dice Cristina Serna, es que se puedan morir
de viejos, “pero no porque alguien se dio el gusto de quitarle la vida”".
Nota:
- Este artículo fue tomado textualmente del blog: Las notas de Pastor, http://lasnotasdepastor.blogspot.com/2012/12/mediar-antes-que-anochezca.html
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